-#Historia Cotidiana nº3

Carlota. Sueños de bolsilloIMG_3149

Abrió la persiana de metal y los oxidados cojinetes aullaron agudamente. Su recordatorio habitual de que tenía que llamar al engrasador, o cualquier día se quedaría sin poder abrir el taller.

Carlota llevaba dos años en aquel pequeño negocio de costura. Perteneció a su madre, modista de profesión, así que su infancia discurrió jugando entre bobinas de hilos y retales de todo tipo y color. A pesar de todo, jamás se planteó aceptar aquel legado ,que todos consideraban como el lógico y natural. Ella no estaba dispuesta a encerrase en aquel mundo solitario y taciturno. Su pasión era la fotografía, quería viajar, descubrir mundo. Estaba dispuesta a demostrarles a todos de lo que era capaz , soñaba con llegar muy alto .Pero, con los años, la altura de aquel sueño fue creciendo hasta volverse inalcanzable, así que se conformó con trabajar en el taller de su madre y dejar la fotografía para sus momentos de ocio, que cada vez eran mas espaciados.
La costura es un trabajo cansado y solitario, más aún, cuando tienes que ajustar al máximo los precios y alargar tu horario laboral para cumplir con las fechas de entrega. Así que, por costumbre, solía llegar al taller dos horas antes de la apertura y cerraba a última hora de la noche.
Aun de madrugada llegó al local, pero antes de introducirse en la oscuridad de aquel modesto espacio observó el sol, que asomaba perezosamente entre los altos edificios deseándole los buenos días. Durante unos instantes, su mente no pudo evitar volar lejos de allí, buscando el mejor encuadre , calculando la abertura y el filtro mas idóneo para tomar la instantánea perfecta. Aquella pequeña rebeldía de su inconsciente hacia su forzado destino la hizo sonreír.
La campanilla de la entrada sonó cuando ya llevaba un rato trabajando, obligándola a levantar la vista del concienzudo trabajo de zurcido que estaba haciendo; aunque el sonido amortiguado de aquellos pies, abandonándose sobre el terrazo, la habían avisado con antelación de la identidad de su visitante.
El anciano entró apoyándose en su bastón; avanzaba a pequeños pasos, tímidos sorbos de energía que racionaba con cautela. A la tercera pisada frenó y respiró con gesto fatigado, mientras dedicaba a la joven una tenue sonrisa, que ella le devolvió aderezada con una pizca de ternura
─ Buenos días Carlota. ¿Tendrás tiempo de coserme este par?.Nadie sabe hacerlo como tú.
La costurera asintió orgullosa. A pesar de haber escuchado aquel halago saliendo de sus decrépitos labios repetidamente en los últimos años, siempre sentía un pellizco en el corazón al ver como el hombre se esforzaba en cambiar el tono de amargura que solía destilar su voz fuera de aquellas paredes.
─Don Cosme, sabe que no necesito zalamerías, solo hago mi trabajo. Por cierto…¿Algún día me explicará porque cose todos los bolsillos?
Llevaba años trayendo sus pantalones al taller para que repasara , una y otra vez, la costura que tiempo atrás le mandó coser en ellas, cerrando cualquier acceso a su interior. Carlota jamás le dio importancia a aquella pequeña insumisión ; sabía que, cuando uno va coleccionando años, aquello que antes era una simple molestia pasajera se vuelve totalmente insufrible. Una manía de la edad como otra cualquiera.
Pero en los últimos meses algo había cambiado. Las prendas que traía eran de carácter y origen diverso, tal y como demostraban hoy aquellos vaqueros rotos y desgastados.¿ A quién le habría transmitido su aversión a la abertura de los bolsillos?
Cuando oyó la pregunta, el hombre sonrió de nuevo, pero esta vez su mirada tembló ligeramente, antes de perderse en la desnuda pared del fondo del local. Aunque su voz sonó decidida
─Solo evito que se pierdan los sueños por los bolsillos. Ya soy mayor, así que los míos ya no importan, pero veo a tanta gente insatisfecha…
Y tal como dijo eso, dio media vuelta y se alejó inmerso en su trabajosa marcha .

Carlota lo contempló marcharse algo preocupada. La respuesta no le había aclarado nada, mas bien le había dado mas motivos para curiosear. La mirada esquiva del hombre había expresado una resignada tristeza; aquellos bolsillos cerrados tenían algún motivo mas trascendente que una simple excentricidad senil.
Pasaron varias semanas sin que Don Cosme volviera en busca de sus vaqueros rotos, lo que preocupó a Carlota, que conocía a la perfección las costumbres horarias del anciano. Estaban en el último viernes del mes , el día que, invariablemente, pasaba a recoger sus prendas.
Cuando llegó la hora del cierre, giró el pomo resignada y apagó todas las luces. Le gustaba trabajar con una pequeña lámpara de mesa enfocando el tejido, tal y como había hecho su madre años atrás, con la única compañía de la triste voz de un bolero envolviéndola . Aquella música tenía el poder de secuestrar sus pensamientos durante unos instantes, en los que volvía a su infancia, dondepodía  pasar horas escuchando a su madre canturrear boleros entre puntadas.

A los pocos minutos, unos nudillos repiqueteando con insistencia sobre el cristal la sobresaltaron, devolviéndola al presente. Una mujer morena la miraba angustiada al otro lado de la puerta, Carlota no la conocía, pero se dispuso a abrir. Al fin y al cabo, no estaba la cosa como para desperdiciar una posible clienta… La mujer, de cadera ancha y pecho prominente, entró como una exhalación al ver libre el acceso y se situó frente al mostrador, como si aquella posición le otorgara algún tipo de privilegio
─Eres Carlota, ¿verdad?─Esta la miró con curiosidad, pero no respondió. Estaba segura de no haberla visto nunca. La mujer siguió hablando en un tono agudo sin esperar respuesta. ─Es el último lugar donde busco los pantalones de mi hijo. Si no están aquí ya no se…
─¿Como se llama su hijo?
─El nombre de mi hijo es lo de menos, su abuelo es el culpable. Esa obsesión por los bolsillos me está desquiciando. Antes solo era con los suyos, pero ahora se pasa el día registrando la casa en busca de nuevas prendas. ─ Su rostro pasó del enojo a la admiración. ─Desde luego eres una buena costurera, lo que me ha costado deshacer todos esos pespuntes…
Carlota seguía inmóvil, observándola con asombro, pues la verborrea de la visitante la había sumido en un leve estado de confusión . Cuando consiguió escapar, comenzó a atar cabos
─Don Cosme…¡Me está hablando de Don Cosme!
La oronda mujer asintió impaciente
─Si, claro, es mi suegro. ¿Trajo o no unos vaqueros para que cosiera sus bolsillos?
La joven fue en busca de la prenda pero, a medida que volvía de vuelta, un nudo iba instalándose en su estómago. Sentía que estaba traicionando al anciano y no paraba de recordar su gesto compungido al preguntarle por su conducta. Le entregó la prenda con cierta reticencia
─Pero antes de que se vaya…¿Puedo preguntarle algo?─Esta asintió, ya más tranquila, al comprobar que el pantalón recuperado era el suyo ─ ¿ Porqué Don Cosme no soporta los bolsillos abiertos?
La mujer sonrió ampliamente, dichosa de poder compartir con alguien aquella particularidad de su suegro
─Es una larga historia… ─Carlota la invitó a sentarse, con la esperanza de que se relajara y diera rienda suelta a su palabrería de nuevo. Incluso le ofreció un refresco que aceptó encantada, antes de acomodarse en uno de los sillones de la sala de espera. ─Vamos a ver… Don Cosme era un joven sin recursos pero muy inteligente y ,sobretodo, ansioso por triunfar. Siendo muy joven creó su propia empresa y en poco tiempo amasó una gran fortuna. Se casó con su novia de siempre, la madre de mi marido, una chica de barrio a la que el lujo y la ostentación con la que vivían le iba demasiado grande. Ella solo aspiraba a tener una familia que la quisiera, a ser feliz, decía. Así que , en cuanto nació su hijo, dejó de trabajar y se dedicó en cuerpo y alma a ellos dos. Solía levantarse antes que nadie y cada mañana le dejaba a su marido el desayuno y la ropa limpia preparada .Por la noche, esperaba ansiosa su regreso con una deliciosa cena dispuesta en la mesa, que había preparado solo para él. A medida que pasaban los años y el éxito de su marido iba en aumento, así como su fortuna, el horario laboral de este también iba creciendo, por lo que ella se quedaba durante mas horas sola en casa . El hombre, en su afán por cuidar de ella y hacerle la vida más fácil, tal y como había soñado, contrató servicio. Por lo que jamás volvió a cocinar para él ni a prepararle el desayuno . Aun así, no desistió en su afán por mantener vivo su sueño: tener una familia perfecta. Por ello, cada mañana continuaba levantándose sigilosamente y preparaba un traje rigurosamente planchado por la asistenta sobre la cama , solo con la intención de depositar un pequeño trozo de papel en el interior del bolsillo de su pantalón. Durante aquellos años, se había habituado a dejarle una nota con alguna frase escrita de esas que solo dejan de parecer ridículas cuando se dicen en la intimidad de una pareja. Pequeñas evocaciones de momentos de felicidad que habían vivido juntos, simples declaraciones de amor o el recordatorio de algún proyecto conjunto que algún día soñaron, pero que aun no habían podido materializar.
─Pero eso es precioso… ─Replicó Carlota. No podía entender que había de malo en aquel gesto, como para odiar los bolsillos de aquel modo
─Sí, cierto…Pero el amor hay que cuidarlo y los sueños alimentarlos. ─La mujer suspiró, durante unos segundos se mantuvo en silencio, probablemente concentrada en ser fiel a la historia que tantas veces había escuchado de boca de su marido. Carlota estaba ansiosa por descubrir que había sucedido, aun así, esperó paciente a que la mujer retomara la narración. Tras humedecerse los labios con el refresco continuó ─Un día, cuando su hijo se había hecho ya un hombre adulto y las horas de soledad de la madre ya no le dejaban espacio para soñar, algo cambió. Aquella mañana, como tantas otras, Don Cosme encontró su traje sobre la cama perfectamente planchado y el corazón se le aceleró expectante al introducir la mano en la abertura del bolsillo. Desde que su hijo se había independizado, el silencio se había apoderado de cada rincón de la casa, incluso las paredes parecían mas frías de lo habitual. Llevaba mas de un mes sin hablar con su mujer, pues se iba temprano y volvía entrada la madrugada, así que aquellos pedazos de papel eran su única vía de comunicación, su invisible conexión con lo que alguna vez fueron. Aquellas notas le recordaban que el sacrificio de no ver a su familia valía la pena, su sueño de que vivieran sin escaseces, sin preocuparse por nada , se estaba cumpliendo.Creía firmemente que la seguridad de la abundancia les llevaría a la felicidad.
Estiró del papel que sobresalía tímidamente de su bolsillo, ansioso por leer la misiva y, al hacerlo, el sonido metálico de algo impactando sobre la madera del suelo lo sorprendió. La alianza de su mujer, esa que llevaba mas de veinte años sin quitarse, rodó por el suelo hasta los pies de su cama. Su corazón se aceleró y su mirada buscó el cuerpo de su esposa, que seguía dormida con gesto tranquilo .Al comprobar que no la había despertado, suspiró aliviado y leyó la nota: «Estoy cansada de que mis sueños se escapen por los bolsillos».
El hombre, desconcertado, guardó el papel de nuevo en el pantalón y dejó el anillo en la mesita de noche. Como cada mañana, se acercó hasta la cama y la besó en la frente. Ella se removió inquieta pero siguió durmiendo plácidamente.
Cuando volvió a casa, ya entrada la noche, encontró el anillo sobre la cómoda y un silencio espeso pareció haberlo invadido todo, dejando poco espacio para respirar y un olor amargo a desolación. Comprobó que la cama de su habitación estaba perfectamente hecha, sin nadie reposando en ella, y sintió una leve punzada arañando su alma al comprender que su mujer había ido en busca de sus propios sueños, lejos del que él había creado para ella
Carlota levantó el rostro, mostrando sus oscuros ojos humedecidos y tristes. Se negaba a creer que aquella historia no tuviera un final feliz
─Pero entonces…, el fue en su busca,¿no?
La mujer negó con la cabeza
─Ella empezó a vivir la vida que quería. Incluso ahora, es una mujer muy activa, a pesar de su edad. Ha viajado por medio mundo y , desde entonces, nunca ha dejado de hacer lo que desea. Dice que ,aunque siempre amará a Don Cosme, jamás volvería a dejar que sus sueños se diluyeran en sus bolsillos. Mi suegro nunca se repuso, no habla nunca sobre ella, pero jamás le pidió que volviera a su lado. Al principio creí que era solo por orgullo, pero con los años he comprendido que ,en el fondo, dejarla ir fue su peculiar demostración de amor. Aunque luego vino esa manía de los bolsillos…
Una vez sola, Carlota sintió una necesidad imperiosa de volver a casa; no podía seguir trabajando, aquella historia la había envuelto en una profunda melancolía. Al sentir el frío de la noche acariciando su rostro, se abrochó la chaqueta hasta arriba y se dio prisa a si misma. La persiana se resistió de nuevo, incluso tuvo que colgarse de ella para conseguir cerrarla. Por enésima vez se recordó que debía llamar al engrasador, o cualquier día se quedaría sin poder abrir el taller
Cuando llegó a casa, su marido la esperaba con la mesa puesta y los restos de una cena ya fría. Le dedicó una sonrisa y , tras besarla con ternura, señaló el sofá, donde su hija se encontraba dormida hecha un ovillo
─Quería esperarte, pero se le han cerrado los ojos
Carlota la cogió con delicadeza y la llevó hasta su dormitorio, la depositó en la cama y la pequeña se deshizo de su abrazo con rapidez, en busca de su muñeco de peluche, al que se aferró con fuerza. Un día mas se había perdido el beso de buenas noches.
Entró en su habitación completamente agotada .Abrió el armario y ,sin darse cuenta, sus manos comenzaron a descolgar todos los pantalones que encontraban, formando una desordenada pila sobre la cama. Jamás habría dicho que entre su marido y ella reunieran tal cantidad de prendas…
Se sentó en la banqueta que se encontraba a los pies de la cama y observó las bellas fotografías que decoraban las paredes, imágenes de otro tiempo, recuerdos de sus caducos sueños juveniles. Observó los pequeños retratos familiares que se disponían sobre la cómoda; la mirada congelada de su madre, en su taller, la sonreía satisfecha desde el otro lado del cristal. Se la hizo el día que pudo comprarse una nueva máquina de coser de las “modernas”, tras varios meses de ahorro, y aun recordaba como posó ante ella, con ojos brillantes de orgullo, pidiéndole que inmortalizara el momento .
Suspiró y volvió a posar sus ojos en la pila de ropa, dejando ir el aire en pequeñas bocanadas de resignación. Miró el reloj de la mesita y suspìró de nuevo.
Era una buena costurera, si se daba prisa, en un par de horas habría sellado todos los bolsillos.

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