Se despertó con el corazón acelerado y una sonrisa en los labios. Al fin había llegado el día; tras un largo y aburrido verano volvería a la escuela.
Sabía que desear introducirse de nuevo en la rutina escolar no le hacía ser muy bien considerado entre sus compañeros, que solían llegar a la escuela con caras largas, los ojos pegados y una mueca de disgusto. Como cada año, se reunirían junto a la verja y se retarían unos a otros por robarle la palabra al compañero, que explicaría, con pupilas brillantes, sus aventuras estivales lejos del pueblo. Juan acostumbraba a mantenerse tras ellos, en silencio, pues pasaba sus veranos en casa, esperando a que sus padres, que trabajaban en turnos complementarios en una fábrica, se levantaran de la cama o volvieran a casa. Mientras uno trabajaba, el otro dormía, así que durante largas y tediosas horas su mayor entretenimiento era hacer apuestas absurdas sobre a qué hora vería a su madre aparecer por la puerta de su dormitorio, habitualmente cerrada con pestillo y con acceso restringido.
Se levantó y se vistió con rapidez pero, antes de bajar a desayunar a la cocina, volvió sobre sus pasos y se puso la camiseta que le regaló Bruno, su mejor amigo desde el curso pasado. Estaba seguro de que él llevaría el mismo atuendo, símbolo de su triunfo conseguido.
Bajó las escaleras de dos en dos y lo recibió su madre con un copioso desayuno sobre la mesa. La miró desconcertado
─¿Hoy no has ido a la fábrica?
─ Si, claro. Pero quería prepararte el desayuno. Hoy es tu primer día de escuela y quiero asegurarme de que tendrás suficiente energía
Juan sonrió. Su madre a menudo conseguía sorprenderlo, pequeños recordatorios de que su alma siempre velaba por él, aunque la mayor parte del día fuera entre sueños.
El niño admiró el festín dispuesto sobre la mesa y los ojos cansados de su madre, que intentaban ganar la batalla al sueño haciendo equilibrios sobre una sonrisa de satisfacción .Tras saborear el delicioso desayuno, se guardó un par de manzanas en la mochila y se despidió con premura. A Bruno le encantaba aquella fruta , así que…¿Qué mejor regalo de inicio de curso?. Quizás luego, al volver de la escuela, se quedarían perdiendo el tiempo junto al lago, tal y como solían hacer, y se deleitarían con el sonido de una piedra de bordes desgastados chapoteando sobre la superficie del agua en busca de la otra orilla, mientras mordisquean la pieza de fruta.
<<¿Sabes que si comes manzanas te aseguras de que tus dientes crezcan sanos?>> le había preguntado Bruno la primera vez que le ofreció una. Desde entonces, Juan, mas bien poco versado a la limpieza concienzuda de su dentadura, decidió seguir su ejemplo y comer una manzana al día; era algo perezoso con la higiene dental, así que el consejo de su amigo le pareció una solución de lo más acertada. Así era Bruno, hablaba poco, jamás iniciaba la conversación, pero de vez en cuando iba soltando pequeñas y rotundas sentencias, con voz aterciopelada y mirada firme, que no daban pie a discusión. Esa fue una de las cosas que mas le sorprendieron de aquel chico el día que llegó a la escuela, varios años antes.
Juan no era amante de la pelota, ni de pasarse la hora del recreo persiguiéndola, lo que le había creado mas de un rechazo entre sus compañeros, al ser el único de la clase con esa extraña característica. Ir a jugar con las niñas tampoco parecía la solución, pues el día que lo intentó tuvo que soportar las risas de sus compañeros entre susurros de «marica» durante parte de las clases. Así que solía sentarse algo alejado del terreno de juego, justo al final del patio, donde el desgastado cemento que cubría el suelo se fundía con el bosque que rodeaba la escuela.
Desde aquel rincón, en el que los gritos de sus compañeros quedaban relegados a un ligero murmullo de fondo, había descubierto una vida paralela, un submundo tan cercano y ,a su vez, tan ajeno a él. Aprendió a tener paciencia, a esperar en silencio, y , uno a uno, se le fueron presentando los habitantes de aquellos parajes: dos ardillas, un extraño roedor y una tórtola. Hasta,un día ,creyó descubrir una liebre.
Por eso, aquella mañana, cuando su maestra se acercó con aquel escuálido chico de gafas grandes y mirada de ratoncillo, no pudo evitar chasquear la lengua en señal de disgusto
─Mira Juan, este es Bruno. Tiene una enfermedad en el corazón y no puede hacer deporte, así que he pensado que sería una buena compañía para ti.
Cuando la mujer se fue, el silencio se instauró de nuevo, permitiendo a Juan continuar con su espera matutina, aunque algo más impaciente de lo habitual. Probablemente sus amigos del bosque no se mostrarían ante un desconocido…, aquella mañana no iba a tener suerte. Así se mantuvieron durante la media hora mas larga que jamás había experimentado , observando el bosque, pero atento a cualquier gesto o amago de comentario de aquel intruso. Estaba deseando contarle sus descubrimientos, hablarle de la pequeña tórtola que venía siempre a darle los buenos días, o de la ardilla que parecía sonreír cuando le tiraba alguna migaja de su desayuno, y sobretodo quería explicarle cómo un pequeño roedor, de aspecto similar a una rata pero con un hocico mas largo, lo visitaba cada mañana. Aun no estaba seguro de poder confiar en aquel chico de cuerpo desmadejado que provenía de la ciudad. Probablemente lo miraría de arriba a abajo con superioridad y se mofaría de él, tal y como habían hecho antes sus compañeros.
Juan se levantó de pronto y se acercó a uno de los árboles, abrió la palma de la mano y dejó ir una nuez, que rodó hasta la base del tronco. El pequeño roedor salió de su escondite y los observó vigilante, olió el fruto seco y lo ignoró por completo. Bruno se levantó con dificultad y dejó un pequeño grillo que llevaba encerrado entre sus dedos junto al árbol. Cuando regresó de nuevo junto a su compañero , el animal se acercó a toda velocidad , recogió el insecto y se escondió de nuevo en su madriguera, tras el árbol .
Justo antes de que la sirena que anunciaba el regreso a las aulas sonara, Bruno sentenció
─Es una musaraña. No es un roedor, sino un insectívoro. Haremos turnos, cada día uno de nosotros traerá algo con que alimentarlo, así confiará en nosotros y será nuestra mascota. Mañana te toca a ti.─ Juan respondió con un gesto de cabeza, antes de que Bruno añadiera─ Y habrá que buscarle un nombre, no se puede tener una mascota si no tiene nombre.
Así empezó todo. Decidieron que la musaraña se llamaría Bastian, en honor al protagonista de la Historia Interminable, el libro preferido de Bruno, y cada uno cumplió con su obligación de alimentarlo durante todo el curso.
Lentamente, Bruno se fue convirtiendo en algo mas que un amigo. Su voz pausada parecía tener respuesta a todas las dudas que asaltaban día sí, día también, a Juan. Su tranquilidad al analizar cualquier conflicto y buscarle solución dejaba asombrado a su amigo, mas habituado a lanzar un puño como respuesta.
Pero el día que Juan supo que su amistad era verdadera, fue aquella mañana de Junio, pocos días antes de acabar el curso.
Algunos de sus compañeros, hartos de intentar adivinar que hacían aquellos dos chicos junto al bosque durante todo el recreo y, probablemente, habiendo perdido algo de interés en la esfera, que seguía dando tumbos de un lado a otro del patio, se acercaron hasta ellos con sigilo.
Al ver como alimentaban a aquel animalejo con autentica delicadeza y ,tras reprimir una carcajada maliciosa , apuntaron su pequeña cabecita con su tirachinas y lanzaron un proyectil, provocando que Bastian escapara herido y atemorizado hacia su madriguera.
Juan saltó sobre ellos enfurecido, al ver como reían ya sin control alguno ,y se abalanzó sobre sus cuerpos, dispuesto a arrancarles el artefacto con los dientes si era necesario.
Aquello acabó con una expulsión de Juan y sus atacantes, pues se consideró que Bruno había sido un mero espectador del fatal desenlace.
El lunes siguiente, superado el castigo, se dirigió a la escuela de nuevo. Tal y como ya era costumbre, ralentizó el paso frente a la casa de Bruno hasta que lo vio aparecer con su característico paso cansado. Llevaba una camiseta de un color amarillo intenso, nada habitual en él. Su vestimenta era mas bien conservadora- camisas, pantalones cortos con largos calcetines y mocasín encerado-, así que la sorpresa inicial creció cuando leyó el mensaje que mostraba en el dorso: «Club Bastian. Solo aceptamos buena gente»
Sin mas explicaciones le ofreció otra idéntica para él y siguieron sus camino en silencio. Pero la mayor sorpresa fue al llegar a la escuela, donde un grupo de chicos de su clase los esperaban con el mismo atuendo. Juan no podía creer que aquellos niños, que antes no le dirigían la palabra, aclamaran su nombre de aquel modo.
Amalia, la compañera que provocaba tartamudeos inesperados en Juan y le aceleraba el corazón desde párvulos, se acercó sonriente hasta él y dejó ir un besó en su mejilla.
─¿Qué te parece?. Gracias a ti la escuela nos ha dado permiso para crear este club y proteger a los animalillos que viven en el bosque. Ya nadie les hará daño─ Y dicho esto miró de reojo al pequeño grupo que se mantenía alejado, con sus contrincantes de pelea dedicándole una mirada odiosa.
A partir de aquel momento su popularidad creció como la espuma y cada vez eran mas los que se sentaban a esperar la visita de algún habitante del bosque , a los que preferían perseguir la pelota.
Hoy volvía a la escuela, un nuevo curso se iniciaba y Juan estaba deseando volver a revivir aquellos momentos.
Llegó a casa de Bruno y, tal y como solía hacer, ralentizó el paso. Al ver que no aparecía, decidió frenar y esperar. <<¿Será posible que Bruno se haya dormido el primer día?>>,pensó.
Pasaron unos minutos y la impaciencia hizo que se decidiera a lanzar un pequeña china a la ventana de la habitación de Bruno. Esta rebotó contra el cristal y cayó sobre el césped, algo descuidado tras el largo y solitario verano. Bruno solía pasar las vacaciones en el pueblo de su abuela y no acostumbraba a volver hasta pocos días antes de iniciar la escuela.
Miró el reloj y se alejó con premura, si no corría iba a llegar tarde. Mientras avanzaba con paso ágil se iba convenciendo de que probablemente la madre de Bruno lo había llevado directamente a la escuela. El primer día siempre era especial: su madre le preparaba un buen desayuno desafiando el sueño y la de su amigo lo dejaba en el recinto para evitarle un esfuerzo innecesario. Era lógico, ¿no?
El día pasó despacio. Bruno no apareció y nadie lo mencionó. Esperaría a mañana y , si no venia, preguntaría a la maestra por él. No quería parecer preocupado, pero no paraba de pensar que quizás le había pasado algo. Su delicado corazón no le permitían grandes aventuras y pasar las vacaciones en un pueblo de montaña…quizás había sufrido una caída y en ese mismo instante se encontraba inmovilizado en algún hospital. El pánico comenzó a invadir su interior.
Aquella noche no durmió y agradeció que a la mañana siguiente su madre hubiera decidido introducirse en la cama antes de hora. Desayunó algo rápido y salió impaciente con sus dos manzanas en la mano.
El día fue una réplica del anterior; volvió a vestir su camiseta amarilla, esperó paciente que su amigo apareciera por la puerta, estudió la ventana de su habitación en busca de algún cambio y pasó el día cabizbajo y decepcionado.
Al salir, esperó a la maestra, dispuesto a interrogarla, cuando ella lo sorprendió llamando su atención
─Juan, necesito hablar un segundo contigo
Este esperó paciente a que sus compañeros abandonaran la clase entre risas
y se sentó frente a ella
─Diga, señorita
─Tengo que hablarte de Bruno…
─¿Le ha sucedido algo?¡Lo sabía!
La mujer negó con la cabeza
─No Juan, Bruno está perfectamente
─¿Entonces porque no ha venido?
─Bruno ya no volverá, o quizás sí. A su padre lo han destinado al extranjero por un tiempo indeterminado. Quizás vuelve algún día, pero no se lo pueden asegurar─ La mujer fijó sus ojos en los del niño, que se mantenían abiertos mirando a la lejanía. Su rostro desprendía un leve reflejo de decepción y una densa tristeza.─¿Estás bien?.Sé que erais buenos amigos. Su madre me ha dado su dirección , por si quieres escribirle
Juan negó con la cabeza en silencio, al recibir el trozo de papel, y se levantó dispuesto a marcharse. De vuelta a casa, se detuvo junto al lago y lanzó una piedra, con tan poca energía, que tras un ligero culebreo sobre el agua, se hundió bajo ella sin más ceremonia. Le dio un mordisco a una de las manzanas , pero su carne dulce fue incapaz de avanzar mas allá de su garganta. La escupió al suelo y se alejó corriendo, tan rápido, que no pudo ver el nuevo cartel que colgaba reluciente en la antigua ventana de Bruno, ofreciendo la casa al mejor postor.
Cuando llegó a casa rompió el trozo de papel en mil pedazos, pretendiendo, con aquel gesto, separar su destino del de Bruno para siempre. Estaba inmensamente decepcionado, dolido, abandonado…Se enterró bajo las sábanas y lloró en silencio.
Cuando se levantó al día siguiente, encontró a su madre en la cocina dispuesta a darle una charla de «esas» que dan las madres, con la mejor intención, pero siempre en el momento menos oportuno. Juan se sentó en silencio frente al desayuno dispuesto, a pesar de que su estómago se encontraba cerrado desde el día anterior.
─Juan, come algo, te hará bien. La maestra me llamó ayer preocupada, me contó lo de Bruno.─ Al ver que su hijo mantenía su mutismo continuó─ Se que ahora duele, pero conocerás otros niños, tendrás más amigos y, en unos años, ya no te acordarás de Bruno
Aquellas palabras, a pesar de que fueron dichas con todo el amor, desataron la tormenta interior que se había ido gestando desde el día anterior en sus entrañas
─¿Cómo puedes decir eso? ¡Los padres tomáis decisiones sin tener en cuenta nuestros deseos!. Me ha abandonado, y ni tan siquiera se ha despedido
Su madre se acercó dispuesta a regalarle una caricia, deseosa de reconfortar a su pequeño, pero este se levantó como si su piel ardiera y , tras recoger su mochila, se alejó corriendo hacia la escuela.
Caminó cabizbajo todo el camino y , cuando pasó frente a la ventana de Bruno, sintió la opresión de la traición sobre su pecho, así que,clavó la vista al suelo y aceleró el paso sin mirar atrás.
Cuando llegó a la escuela, esperó paciente las burlas de sus compañeros, pero estos ignoraron su presencia. Vio llegar a Amalia y bajó la vista, avergonzado, cuando ella exclamó con absoluta normalidad
─Juan, ¿Como no llevas tu camiseta hoy?
El la miró extrañado, y contestó con el tartamudeo habitual entre ellos
─Pero…pe..pero…yo creía…como Bruno ya no está…
─¿Bruno? Nosotros hacemos esto gracias a ti. ¿Quién sino estuvo custodiando el bosque durante años? Bruno tan solo nos hizo ver lo que nos estábamos perdiendo si no te acompañábamos─ La niña guiñó un ojo divertida al ver su estupor ─, y gracias a él ahora somos buenos amigos.
Al instante, una marea de camisetas amarillas lo fue rodeando. Juan no daba crédito
─Pero…¿De verdad queréis ser mis amigos?
Uno de los niños se adelantó
─No queremos…Ya lo somos, Juan.
Durante muchos años, repitió el mismo camino hacia la escuela . Siempre sentía un pellizco traicionero en el estómago cuando pasaba frente aquella casa, que curiosamente no volvió a estar habitada . Incluso una vez adulto, cada vez que se acercaba al lugar en que un día vivió Bruno, aceleraba el paso evitando mirar la cristalera.
Una mañana, al llevar a su hija de la mano camino a la escuela, algo reclamó su atención. Escuchó un sonido agudo, y no pudo evitar fijar la vista en aquella ventana a la que le había negado tantas veces la atención.
Sobre el alfeizar, una pequeña musaraña lo miraba con ojos diminutos y parecía sonreír desde lo alto.
Durante aquellos años había estudiado mucho sobre aquella especie. Descubrió como aquel pequeño insectívoro, que vivía totalmente a la sombra, realizaba un trabajo muy importante. Las musarañas actuaban evitando plagas, al comerse los gusanos y los caracoles de los campos de cultivo, dejando que las plantas crecieran sanas y fuertes de modo natural. Sin saberlo, aquel animal débil y a primera vista innecesario, se volvía el mejor aliado de otras especies, protegiéndolas y velando por ellas.
Sonrió y le mostró a su hija el extraño animal, mientras decía
─Esa será nuestra mascota, si le traemos comida, seguro que cada día nos esperará y vendrá a saludarnos.
─¡Una mascota, que bien! ¿Cómo podemos llamarlo, papá?
Juan miró hacia la ventana, que volvía a lucir abandonada bajo las espesas telarañas que la tapizaban y, tras dar un buen mordisco a su manzana, decidió que lo llamaría Bruno. El nombre del mejor amigo que había tenido nunca.
com sempre molt real i fa que les petites coses , siguin importants.
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