#Historia Cotidiana nº2. Berta, Reencuentro.

Berta. Reencuentro

IRAVILLE
Ilustradora Iraville
Suspiro fuerte, dejando ir mi malestar; mientras tanto, subo los pies y los apoyo sobre la luna delantera, sintiendo la mirada de reprobación de mi madre deslizándose sobre mí. Sonrío, sabiéndome vencedora de aquella pequeña insumisión. (1-0, primer combate Berta-mamá a mi favor)
Todavía no comprendo porque acepté. No sé si fue la necesidad de alejarme de mi padre y su envidiable felicidad con Marian, o si fueron los ojos temerosos de mi madre, que me recordaban a aquel perrito que tuve cuando era pequeña, Terry, se llamaba. Cuando quería que le hiciera caricias se quedaba inmóvil y me miraba fijamente, con ojos llorosos y suplicantes. Hacía aquel ruidito con la garganta, casi inaudible para los que no lo conocían, pero que me perturbaba de gran manera y me obligaba a reaccionar al instante. Últimamente, mi madre no me mira de otra modo y ya empiezo a estar bastante harta …
Pero ahora me encuentro aquí, a su lado, dispuesta a compartir un viaje de diez días sin mas compañía que la suya, en una camioneta desvencijada. No saldrá bien, lo sé. Mi madre y yo nunca hemos conectado lo suficiente, creo que en el último año no hemos conseguido establecer una conversación más larga de medio minuto sin que termine en un tira y afloja de aquellos que hacen historia. No conversamos, más bien … ella da órdenes y yo las ignoro.
El de las conversaciones íntimas era mi padre, él si … Recuerdo cuando, antes de acostarse, entraba en mi cuarto sigilosamente y se me quedaba observando en silencio, como un ladrón dispuesto a robar una joya muy preciada .Y así me sentía yo, por un momento: su pequeño tesoro. En cuanto abría la puerta, yo mantenía los ojos cerrados, dándole la espalda y haciéndome la dormida. Él se acercaba con cautela y se estiraba a mi lado con sumo cuidado, hasta que su voz me acariciaba entre susurros, como una manta de aquellas esponjosas que son tan placenteras cuando te rodean. Iniciaba el relato de alguna historia fascinante sobre seres imaginarios y mundos lejanos, y yo sonreía, dispuesta a volver a ser su pequeña durante unos instantes. Cuando finalizaba la narración, yo mantenía los párpados cerrados, rememorando sus palabras, recreando aquellas sensaciones mágicas dentro de mi corazón, hasta que sentía sus labios besando mi frente. Entonces, mi voz surgía ronca y distorsionada, al tropezar entre los pliegues de las sábanas.
─Buenas noche, papá. Te quiero.
Y él respondía en un tono dulzón
─Buenas noches, princesa
Por la mañana, al despertar, mi padre ya no estaba, y la magia que me había rodeado como una pompa de jabón la noche anterior, explotaba en cuanto mi madre entraba en el dormitorio exhalando cuatro gritos y dándome prisa.
─Llegarás tarde al instituto … Tienes el desayuno en la mesa y la comida medio preparada. Recuerda que hoy no estaré por la tarde y que deberás espabilarte tú sola. Haz los deberes y no abras la puerta a nadie …

A medida que ella iba organizándome la vida, la placidez de mi alma se iba filtrando bajo la puerta; la felicidad que había rodeado mis sueños, se deslizaba entre la pequeña abertura de la ventana que mi madre acababa de abrir: << La habitación se debe airear, aquí no se puede respirar; recuerda abrir la ventana cada mañana … >>. Bufff … Si midiéramos la energía consumida por velocidad de mandatos dados en un minuto, sin duda mi madre habría agotado las existencias del planeta, estoy segura.
Ahora mismo, mientras conduce, la observo asintiendo en silencio. Sus labios gesticulan mudos, demostrando que su cabeza da vueltas sin parar y no deja de dar órdenes: a mí, a mi padre …, incluso a ella misma. Lo sé porque la piel de la frente se le arruga como un acordeón y los ojos se le entrecierran levemente, incluso se le vuelven un poco bizcos, en un gesto de concentración. Probablemente, en este momento se encuentra analizando la maraña de sentimientos y decisiones que afectan a nuestro futuro más inmediato. Bueno, mejor dicho, lo que cree que será nuestro futuro más inmediato … Todavía no sabe que yo ya he tomado una determinación. ¿No era ella la que siempre me decía que tenía que madurar ?, ¿Que tenía que tomar decisiones en la vida, aunque no siempre fueran fáciles? . Pues, por una vez le he hecho caso: Iré a vivir con mi padre y nada, ni nadie, me obligará a cambiar de opinión.
No es que me haga especial ilusión convivir con su pareja, una chica con tan poco espíritu como años de edad, pero necesito estar a su lado. Él tiene la capacidad de hacer fácil lo más difícil y mi madre tiene, exactamente, la cualidad contraria. Esta noche se lo propondré, ya habremos estado suficientes horas juntas y tendremos acumulada tal cantidad de tensión que se que lo deseará tanto como yo.
La observo. Nos mantenemos en silencio, yo con los auriculares sobre mis oidos y ella absorta en seguir el trazado de la carretera que le indica el GPS. Diez días …, ¿Como aguantaremos diez días de silencios llenos de reproches? ¿Diez días de miradas esquivas? ¿Diez días de nudos en la garganta?
No sé por qué acepté … Y ahora mi madre se gira y me pregunta si tengo hambre con una sonrisa conciliadora. Quiere parar en un pequeño pueblo antes de coger la autopista, Vallirana se llama, ha leído en la guía que hay un aparcamiento en la misma carretera donde podremos dormir sin peligro. Es la primera noche que lo haremos en la furgoneta y todavía no tengo claro que no nos arrepintamos antes de empezar. Mamá nunca ha sido aventurera; cuando viajábamos, simplemente se dejaba llevar por mi padre, como aquella vez que él decidió acampar en medio de la montaña, dispuesto a ver una lluvia de estrellas. Ella no paraba de oír ruidos extraños y de vigilar si algún animal nos acechaba, así que, cuando mi padre y yo descubrimos maravillados como las estrellas lloraban sobre el cielo, ella ya estaba enterrada dentro del saco, temblorosa y dispuesta a no abrir los ojos hasta el amanecer.
Y ahora se le ha puesto entre ceja y ceja ir a hacer una ruta en furgoneta por Francia.¡ A los mayores no hay quien los entienda! … Mar, mi mejor amiga, ya me avisó que ,cuando los padres se divorcian, empiezan a hacer todo lo que antes no les gustaba, como si así recuperaran algo del tiempo que creen haber perdido, los años que piensan que han malgastado. Pero no entienden que, por mucho que se esfuercen, lo que no recuperarán jamás es precisamente ese espíritu, esa necesidad de descubrimientos, esa anticipación a los acontecimientos que te da la inexperiencia. Cuando eres joven todo está por hacer pero, cuando los años pasan, todo queda oculto bajo el cartel que anuncia el despertar de la madurez.
Suena un mensaje en mi móvil y veo una fotografía de Mar y mía haciendo muecas. Me pregunta cómo va la cosa y me comenta como me echará de menos esta tarde. Han quedado todos mis amigos, soy la única que no estaré allí, y encima me perderé el retorno de Luis …
Luís es el chico que me gusta, pero no me hace ni pizca de caso. Juega al fútbol en el equipo juvenil del Nastic  y parece que no tiene cabeza para nada más. Mi padre dice que a su edad él también pensaba más en pelotas que en chicas. << ¡Eh !, que no es lo mismo que chicas en pelotas, ¿eh? >> Una risa surge espontáneamente de mis labios, al recordar aquel día. Estaba triste,porque el chico en cuestión me ignoraba y, cuando llegó la noche y mi padre se estiró a mi lado y me preguntó cómo estaba su princesa, en un arrebato de aquellos incontrolables que sólo quien ha sido adolescente sabe de que le hablo, le prohibí que volviera a dirigirse a mí de esa manera nunca más. Por si no se había enterado, yo ya no era una niña pequeña …, y lo dije con los ojos llorosos y los labios prietos por la rabia. Papá no me preguntó nada más, soltó aquella tontería sin pies ni cabeza y los dos reímos sin parar durante más de media hora … Incluso mi madre entró a ver qué pasaba y no se lo pudimos explicar , porque, cuanto más lo intentábamos, más nos reíamos, y ella tan sólo abría los ojos y nos miraba a uno y a otro sin entender nada. Cuando mi padre se despidió, con su beso de rigor en mi frente, se acercó al oído y me susurró bien flojito << Pase lo que pase, siempre serás mi princesa .La única que me tiene el corazón robado >>.
Creo que aquello ya fue un aviso, porque dos semanas más tarde vino aquello de << Queremos hablar contigo >>; y él ya no se reía, y mamá tenía los ojos llorosos y la mandíbula tensa, en un gesto rabioso, mientras asentía con la cabeza las palabras de mi padre. Y ellos hablaban y yo negaba, negaba con la cabeza sin parar. ¿Cómo podían haber dejado de amar se? ¿Cómo podían estar de acuerdo en esa idea tan alocada? .Y mi padre seguía hablando sin parar y decía cosas como: << El amor surge de manera inesperada y no podemos elegir. Nunca dejaré de amar a la madre, pero no de la misma forma que amo a Marian. Ahora no lo puedes entender, pero cuando seas mayor también te pasará a ti >>. Y yo seguía negando con la cabeza y pensando: ¡Qué mierda! Pues si esto es hacerse mayor, me niego a crecer. Y mi madre asentía en silencio, los ojos fijos en el suelo y la cabeza baja, abatida, vencida, resignada. Y eso es lo que no le perdonaré nunca a mi madre …, que no luchara por nosotros, ella que siempre lo tenía todo bajo control, que organizaba las semanas por días y colores en un calendario y no se saltaba ninguno de aquellos propósitos hasta haber superado el anterior y haberlo subrayado con un rotulador fluorescente. No le podré disculpar que, especialmente aquella vez ,se dejara llevar por la situación, que aceptara las cosas tal como venían y que hiciera semanas que no subrayaba ninguna de sus anotaciones en el calendario. Un día, estuve a punto de escribir en uno de esos cuadraditos: «Luchar por mi familia», pero incluso a mí, una adolescente con arrebatos de baja autoestima y altas dosis de crueldad, me pareció fuera de lugar.
Mar me vuelve a enviar un mensaje. Ya se encuentra con todo el grupo y me llega una fotografía donde salen haciéndose un selfie sonrientes. No caben todos, así que sólo se ve una maraña de manos, pies y cabezas. Como me gustaría poder estar allí … Luís no sale por ningún lado, así que le pregunto por él y Mar, tan directa como siempre, me contesta tajante: << Olvídate de él. Ha vuelto de las vacaciones hecho un creído, explicando que tiene novia, una chica del pueblo de su padre. ¡No sabe lo que se pierde! >>
No sabe lo que se pierde …, no sabe lo que se pierde … Las palabras dan vueltas por mi cabeza mientras siento como las lágrimas se acumulan en mis ojos, dispuestas a saltar al vacío y gritarle a todo el mundo: ¡A Berta le acaban de romper el corazón! Giro el rostro disimulando, observando el paisaje, un bosque de pinos y caminos de tierra que muy probablemente no van a ninguna parte, pero mi madre, con ese sexto sentido que tienen las madres, se da cuenta de que algo me pasa
─¿Estás bien? ─Yo mantengo el silencio, sintiendo un nudo pesado en la garganta, porque sé que si intento decir algo, un cúmulo de sentimientos entremezclados explotarán, saliendo por mi boca en forma de reproches contra ella, contra aquel viaje sin sentido, contra todo lo que me aleja de mi vida anterior. Giro la cabeza y me pongo las gafas de sol, aunque este ya hace rato que se está escondiendo y ha perdido toda su fuerza. Ella insiste─ ¿Quieres que hablemos?
Y dentro de mí empieza a crecer una espiral de indignación, de rabia contenida, que no sé de donde sale. ¿De qué quieres hablar? ¿De lo triste que me siento? ¿De cómo deseo volver a la normalidad en casa, a los silencios entre tú y papá, a las miradas esperanzadas hacia Luís cuando me convenzo de que no me ignora, a los cuentos de mi padre en la oscuridad de mi cuarto?
Suspiro resignada y tan sólo contesto
─Nada, no me pasa nada, mamá.
Y volvemos al mutismo selectivo, a estudiarnos de reojo, a esta distancia generacional que nos aleja cada vez más sin remedio.
De repente, ella sonríe y los ojos se le iluminan
─¡Mira, ya hemos llegado a Vallirana! ─Señala un parking de cemento que se encuentra ante una gasolinera, donde dos furgonetas más están instaladas , dispuestas a pasar la noche.─ Y parece que tendremos compañía. Mejor … Lo de dormir dentro de un coche no lo tengo claro, yo …
─ Que bien … ─ Contesto con desgana. No puedo disimular un gesto de desacuerdo con la elección del lugar.

Dormir en la carretera … ¿No podíamos haber ido a un camping, como hace todo el mundo ?. Pero mi madre es de las que cuando toma una decisión, es incapaz de dar marcha atrás; aunque la tierra se abriera bajo nuestros pies y estuviera a punto de engullirnos cómo en una de esas películas de desgracias apocalípticas, si ella decide que este debe ser nuestro destino, no hay nada que objetar …
Cuando llegamos, mi madre se tira media hora escogiendo el lugar. Que si el sol saldrá por ahí, que si este lugar es más tranquilo que el otro … Fuera de una de las furgonetas, una pareja de ancianos nos observa divertidos. Son extranjeros y ,aunque es pronto, ya están cenando en una mesita plegable que han sacado de dentro de la caravana. Cuando los miro, me sonríen y me hacen un gesto con la cabeza. Yo no les devuelvo la sonrisa.
Mi madre compra una bombona de gas para instalar la cocina, pero después de media hora intentándolo, mientras yo la miro sudar ajetreada, decide pedir ayuda a nuestros vecinos. Intenta explicarles la situación, pero la pareja, de origen alemán, no habla nuestro idioma. Mientras unos y otros hacen grandes esfuerzos para comunicarse, se abre la puerta de la otra furgoneta y sale un chico rubio con ojos azules. Es un adolescente alto y delgado y lleva el cabello largo, rollo surfista, y una camiseta ancha y pantalones caídos. Escucha la improductiva conversación y me mira con complicidad, mientras me dedica un guiño. Se gira hacia adentro y sale un hombre que, por la semejanza, deduzco que es su padre. Este se acerca a mi madre y se ofrece a ayudarla, mientras ella le da las gracias avergonzada. El hombre es catalán, pero vive en Francia y nos cuenta que él y su hijo están de vuelta de vacaciones.
Veo como mi madre le explica nuestras intenciones, puntualizando que es la primera vez que hace un viaje así, disculpándose por ser nueva en esto del caravaning. El hombre la mira sonriente, se queda unos instantes estudiándola y contesta
─ Siempre hay una primera vez. Todo es difícil hasta que te propones hacerlo.
Y, como si aquellas palabras la hubieran despertado del letargo en que hacía días que se encontraba inmersa, ella asiente sonriente, levanta la cabeza orgullosa y me sorprende con una mirada renovada, brillante, llena de ilusión. Y sin saber cómo, ese sentimiento me impregna por completo y le devuelvo la sonrisa con sinceridad
El chico rubio se dirige a mí
─ Me llamo Jean. Habíamos pensado ir a una pizzería que hay aquí cerca. Nos han comentado que son las fiestas del pueblo y más tarde habrá un espectáculo de fuegos artificiales. Que os parece…, ¿os apuntáis?
Y me dedica uno de esas sonrisas increíbles que consiguen que me olvide de dónde estoy, de Luis, de mi padre, incluso del pánico que tengo a todo lo que concierne a la pirotecnia. Mi madre asiente, pero no puede dejar de comentar
─ A cenar por supuesto … ¡Estamos muertas de hambre! ─ Se gira hacia mí y ,antes de que pueda clavarle el codo para que se calle, añade orgullosa─ los fuegos mejor no. Berta tiene pánico a los petardos, desde que era pequeña, en cuanto escuchaba uno temblaba como una hoja y corría a esconderse bajo mis brazos
─ Mamá … Ya no soy una niña pequeña─ Le contesto con una mirada que podría incendiar un océano
Hijo y padre se miran sonrientes y el joven contesta
─Perfecto pues,¡ vamos!
Los dos nos esperan fuera mientras nos cambiamos y desde la ventana le hago una foto al chico y se la envío a Mar con un mensaje: << Le acabo de conocer, se llama Jean. ¿A qué es guapoooo ???? >>
Mi madre se mira en el espejo después de días de no hacerlo y se sonríe a sí misma con seguridad; se ha puesto su vestido preferido, aquel que siempre le dicen que le favorece tanto.
Yo me sitúo a su lado, dispuesta a escuchar de sus labios alguna queja del tipo: que si vas a cenar con deportivas, que para que vas con esos vaqueros tan rotos, que si recógete el pelo que no se te ve la cara … Pero ella me repasa de arriba abajo, se acerca, y me regala un dulce beso en la mejilla mientras me envuelve con su perfume
─ Berta, te estás convirtiendo en una mujercita preciosa

Después de cenar ,seguimos a la gente que va caminando por el arcén de la carretera hasta el lugar de los fuegos. Llegamos a un parque que se encuentra en el centro del pueblo, el epicentro de un pequeño valle. Leo el nombre del parque y sonrío al ver que se llama Parque Central; mi madre, que camina delante de nosotros, se gira y me busca con la mirada. Durante las vacaciones con mi padre hemos hecho un viaje a Nueva York, uno de mis sueños desde pequeña, y que él se ha apresurado a hacer posible probablemente como un pulso a su ex-mujer, que llevaba tiempo que ahorrando para ir. Una de las cosas que más me impactaron fue la inmensidad del Central Park. Cuando se lo expliqué a mi madre, ella sólo contestó con rabia mal disimulada: << Algún día iremos juntas, tú y yo. Es tu sueño y te prometí que cuando pudiera iríamos juntas >>. Y tengo que decir que aunque el viaje fue magnífico, recuerdo que me sentí muy sola en algunos momentos. Papá y Marian caminaban a mi lado, abrazados y parando cada pocos pasos con la intención de darse un beso, y yo, que soy adolescente pero no tonta, entendí enseguida que habían organizado aquel viaje para tener un recuerdo que fuera suyo, más que porque tuvieran la certeza de que era uno de los sueños que yo anhelaba.
Pero mamá sí lo sabe, y al leer el cartel recuerda perfectamente su promesa, que acaba de sellar con una sonrisa y una mueca divertida.
Nos situamos en una especie de balcón sobre una pista de patinaje. La gente se va disponiendo en hileras, unos tras otros, así que, en contra de mis deseos, termino junto a mí madre y Jean en la otra punta. Un grupo de chicas de mi edad lo miran boquiabiertas y ríen sin cesar, mientras él y su padre nos explican que cada año hacen una ruta en furgoneta y que viven en el norte de Francia, así que, si queremos, podríamos ir juntos buena parte del camino. Y mi madre asiente, relajada, sonriente, sin ningún tipo de preocupación por tener que tomar una decisión que no hubiera sospesado antes más de diez mil veces. Y lo más sorprendente, sin haberlo apuntado en su calendario y subrayado concienzudamente con su rotulador fluorescente.
De repente, las luces se apagan y se hace el silencio. Todos dirigimos la vista al cielo y yo empiezo a notar el run-run de los nervios en el estómago, porque, aunque no lo confesaría jamás abiertamente, la explosión de la pólvora me da pánico. Cuando los petardos comienzan a dibujar caminos de fuego sobre el cielo y a resonar potenciados entre las montañas, noto la mano de mi madre buscando la mía. Yo me aferro a ella como un náufrago a una patera y, poco a poco, el contacto de su piel, el olor de su perfume, me envuelven, construyendo un escudo protector imaginario. Como cuando era un bebé de pocos meses y el instinto hacía que me relajara entre sus brazos en cuanto los reconocía, constatando que allí estaba libre de cualquier mal.
Mis dedos se entrelazan con más fuerza entre los suyos y su brazo me rodea el hombro, mientras siento sus labios mesando mi pelo. En cuanto termina el espectáculo, la gente se va retirando en silencio. Nos quedamos aun unos minutos recreándonos en la oscuridad del cielo. Un hilo de voz, frágil y tembloroso, rompe ese momento mágico
─ Y ahora, mamá… ¿Cómo viviremos a partir de ahora? ¿Qué haremos tú y yo sin papá?
Mi madre sonríe y me abraza con fuerza, sus ojos centellean llenos de esperanza
─Reencontrarnos … A partir de hoy, volveremos a encontrarnos.

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